Alcances
Charo Dávalos R
La violencia estudiantil en las instituciones educativas
En los últimos años el fenómeno de la violencia
escolar se ha registrado en diversos países, diversas culturas y diversas
sociedades. Actualmente nadie desconoce la existencia de la violencia en los
centros educativos, ni de su directa relación con los procesos de enseñanza
aprendizaje y el desarrollo cognitivo de los estudiantes. Diversos han sido los
estudios con el fin de develar los verdaderos alcances del fenómeno de la
violencia escolar y diversos los teóricos del mundo que han dedicado sus
estudios a la caracterización, tipología, causas y consecuencias de la
violencia escolar.
En ese contexto, las autoridades educativas en los últimos años se han visto
mermadas y rebasadas por el creciente auge de la violencia estudiantil, y sus
recursos no dan más. Como sostiene la Investigación de Nancy Barrientos[1] sobre las “Diversas formas de evidenciar
violencia estudiantil”, desde la década de los ochentas hasta hoy, en
muchos países de Europa y América han sido notorios numerosos eventos violentos
que ocurren dentro o en los alrededores de instituciones educativas,
protagonizadas por estudiantes, donde inclusive se han presentado manifestaciones
de violencia extrema; aunque en la mayoría de los casos las múltiples caras de
las acciones de agresividad estudiantil no han alcanzado cifras extremas de
muertes, éstas no se presentan excluidas, lo cual por su intensidad las ha
convertido en tema de honda preocupación para los actores educativos.
Las escuelas secundarias públicas de Latinoamérica han sido seriamente
afectadas por el fenómeno del vandalismo, agresión grupal, disrupción en el
aula, intimidación, entre otros eventos estudiantiles, resultando constante
perdida de bienes educativos, suspensión de clases que afecta el rendimiento
estudiantil, daños físicos a actores escolares, y en fin, pérdida de la
inversión del Estado.
Y es que el consumismo desenfrenado amoral y condicionado por excelentes medios
de penetración psicológica como los videos, computadoras, TV, publicidad
invasiva, etc., viene trastocando la ubicación existencial de quien sin
criterio recibe estos mensajes persistentemente. La sociedad empuja al joven a
conseguir cosas materiales como dinero, autos, fama y poder de atracción
(sexual o no) a como dé lugar, creando en el adolescente un deseo insatisfecho
que se permite liberar y expresar de cualquier forma al sentir la frustración
de colmar una necesidad creada artificialmente.
Este clima de inseguridad
económica, social, institucional y de crisis de valores con desactualización
educativa cada vez más acusada en nuestra juventud, junto a una cultura que
inculca el narcisismo e individualismo egoísta, trae como consecuencia lo que
los sociólogos llaman anomia; es decir, un estado de
incertidumbre o incredulidad en cuanto a la utilidad de seguir o acatar las
normas y autoridades vigentes por razón de incertidumbre o incredulidad.
Si observamos
la procedencia y los perfiles familiares de estos jóvenes, vemos muchas
coincidencias: bajos ingresos, desintegración de hogares, violencia entre
padres en presencia de los hijos, dobles mensajes, promiscuidad e
irresponsabilidad materna y/o paterna, abandono afectivo, consumo de alcohol y
drogas, baja escolaridad de los padres y abuso infantil en diversas
modalidades. Es la familia donde se dan los aprendizajes de modelos de
conductas de socialización y se establecen las pautas psicológicas y morales
del futuro adulto, por lo que es allí donde se debería emprender las medidas de
terapia social para conjurar este grave asunto.
Bajo estas
perspectivas se ha construido el discurso de la violencia escolar en el Perú
buscando analizar, abordar y prevenir a través de diversos programas de
intervención pedagógica la aparición del acto violento como elemento
“solucionador” de conflictos o como modo naturalizado de relación entre los
individuos.
Esta
problemática no es ajena a muchas instituciones educativas sobre
todo estatales. Muchos docentes advierten que este problema tiene larga data, y
que a su vez resulta muy difícil de manejar por las autoridades y actores de la
comunidad educativa, debido a que la violencia estudiantil está presente en
todo momento, donde ya sea por el más mínimo motivo, no importándoles a
los estudiantes las consecuencias que dichos comportamientos acarrean, denotan
conductas de agresividad tanto con sus docentes de la I.E., como también hacia
sus propios compañeros.
La situación tiende a ser difícilmente manejable, ya que muchos de estos
alumnos son indiferentes al cumplimiento de las normas de convivencia y
disciplina. Para un amplio grupo, una llamada de atención por parte de los
auxiliares o profesores, un citatorio a sus padres o apoderados, suspensión por día
o lo peor de todo que es la expulsión, ya no son medidas a las cuales parece
importar.
Paralelamente, el manejo que hacen las autoridades de las instituciones
educativas hacia este tipo de comportamientos estudiantiles, muchas veces no es
el más adecuado, ya que se opta por la sanción en lugar de la implementación de
programas correctivos integrales que contribuyan a edificar el autoestima de
estos alumnos, y ayude a enfrentar la problemática personal que generalmente se
desconoce. Y es que la creación de un determinado ambiente educativo depende en
gran medida de la agrupación de factores intervinientes, siendo de
notoria significancia el constituido por las relaciones interpersonales, puesto
que si estas son negativas, el ambiente escolar será hostil, donde los actores
quienes allí conviven, reflejarán sus tensiones, configurando un estado de
desmotivación el cual puede terminar en actuaciones agresivas, al constatar la
no cristalización de sus metas.
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BARRIENTOS, Nancy J. “Diversas formas de evidenciar violencia estudiantil”. Universidad Rafel Belloso
Chacín. Maracaibo- Venezuela. 2007. Pág. 2.